lunes, 17 de diciembre de 2007

Cuentos de la Caja de Galletas



Y esta es la última historia que hoy me toca leer. Todos me miran mientras despliego cuidadosamente el papel:


“El niño tenía una asignatura pendiente. Ese verano compró el libro sobre papiroflexia y se fue sin nada más a una isla desierta, empeñado en madurar.

En la roca pelada se percató de que el único papel con el que contaba era el del mismo libro. Calculó que si podía leer la explicación del doblez al tiempo que lo presionaba con los dedos mataría dos pajaritas de un tiro.

De esta manera comenzó el primer día desde la primera esquina de la primera hoja, y tanteando el papel como a ciegas se sorprendió ante un barquito que saltó en su tercera dimensión al quinto doblez. Y pensó:

“Con este barquito hasta podría volver!”

Pero acababa de empezar a crecer. Y vio qué más podría hacer.

La página uno combó y se escondió sobre sí misma dejando a la vista la número dos. Que en un nuevo doblez también se desplegó.
Inclinando la vista, el niño entendió que el principio del libro era en el fondo un avión de los que hace tirabuzón.
Y se dijo:

“Con este avión quizá pudiera regresar”.

Pero aún quedaba papel por doblar. Y aquello no era ya un juego para críos que pudiera abandonar.

Dobló una explicación. Pasó el índice y el pulgar como una cremallera entre capítulos, y al presionar con la yema de los dedos en el vértice que se hundía en el lomo del libro, éste se escarpó y se levantó con un sonido de aleteo hueco.
El hombre vio cómo una blanca casa se alzaba ante él. Y pensó con un tono más grave esta vez:

“Aquí podría quedarme yo a vivir. El papel supera a la piedra en comodidad.”

Mas quería conocer cómo acababa el libro que empezó siendo niño. Y con el que al fin se había hecho a sí mismo.

Unió por los bordes la introducción y el epílogo, y acercando la vista a las letras que iban curvándose a su tacto ejecutó una última maniobra.
Entonces, al soltar el inmediato pliegue vio que sus manos tiraban de su piel, y de sus brazos. Y que por ambos costados salían de su cuerpo decenas de figuras adultas, calcadas a él.
Y ninguna pensó nada.

Y Dios volvió a probar sus nuevas tijeras de punta roma.”



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