viernes, 21 de diciembre de 2007

Cuentos de la Caja de Galletas



“Visitaba su casa cada noche. Viajaba por cada uno de esos instantes en cada uno de esos lugares donde nadie mira ni ha mirado jamás, hasta que llegaba oculto a su habitación.

Y allí, solos los dos, ella dormida y él absolutamente anónimo. No osaba mirarla.

Pasaba los dedos por el papel de la pared, recontaba sus zapatos, observaba cómo tenía doblada la ropa, comprobaba cuánto quedaba para que acabara su perfume.

Imaginaba sus manos apretando las chinchetas, rompiendo el celo en cada fotografía colgada.

Él no aparecía en ninguna.

Se sentaba en la orilla de la cama y esta noche, de espaldas a ella como siempre, susurraba:

Yo estoy desvelado
y tú duermes el sueño de los justos.

Yo estoy condenado
y tú duermes el sueño de los justos.

Por la mañana
la Tierra me habrá vuelto a dar la espalda
y tú seguirás en el mismo lugar.

En un principio siempre había finalizado con “eso es lo único seguro”. Pero las canciones y los poemas, por alguna nota o estrofa, nunca son del todo verdad.

Se permite esta reflexión y recuerda al Rey Rojo de la Alicia de Carroll, aceptando que todo lo que siente y es pueda ser un sueño que ella tiene justo ahora, y que para cuando despierte muy probablemente deje de ser realidad.

Eso está bien. Y ya amanece.

Una tiza de claridad le alcanza en la mejilla, y murmura algo melódico.

Él responde aún más bajo “Yo también te quiero”.

Como despedida deposita un escalofrío en su nuca que le acompañará mientras desperece.

Y ahora juega al escondite, como cada amanecer.


Ella aún cierra los ojos y parece que contara hasta diez.
Para cuando los abra él ya habrá desaparecido.”



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