jueves, 29 de noviembre de 2007

Sentido de darle vueltas




Yo tenía 20 años. Miraba a un caracol que estaba pegado justo en la mitad del techo de las duchas. Recuerdo que las habían pintado hacía poco y el blanco era luminoso.

Veraneaba en un pequeño pueblo costero donde mis padres tenían un apartamento. Me duchaba después de pasar la mañana en la playa, y miraba el caracol.

Pensé en el tiempo que le habría llevado llegar hasta ahí. Y me estremeció pensar en el tiempo que le llevaría ahora llegar a la pared, y luego al pequeño ventanuco que daba al patio descuidado y verde.
Después me estremeció aún más plantearme si el caracol en verdad sabía dónde estaba la salida.
Y por último me conmovió el hecho de que muy probablemente no anduviera buscando ninguna.

Supongo que concluí que sus magnitudes no eran las mías.

Estuve un rato que no significó ni unos milímetros -para mí- contemplándole y buscando preguntas para esa respuesta escandalosamente dispuesta en el blanco.

El día siguiente el caracol ya no estaba. Sólo recuerdo no considerar siquiera la posibilidad de que hubiera llegado a alcanzar su pregunta.
Para mí sigue ahí.

Un tiempo después me interesé por la espiral y por su conducta como pauta en todo sistema que nos comprende. Desde las cadenas de ADN hasta las galaxias.

Su infinito principio y final. Su laberinto de dos imposibles salidas que irían a dar al mismo lugar.
Su significado explicado en la continuidad. Tabiques rodeando el vacío, dándole un nombre y así existencia.
El continente y el contenido como metáfora de una cuarta dimensión que sólo podemos intuir. Y que como el ventanuco de aquellas duchas, no tendría porqué ser respuesta a nada, al fin y al cabo.
Al menos, no para nosotros.

La espiral. También como representación alegórica de cualquier pensamiento.
La forma infinita, definitiva y erudita.
Hipnótica. Que lleva a otro estado de consciencia.
La espiral en el agua, en el grano que germina, en el feto.
En el caracol.

Existe una diáfana relación, seguramente a una magnitud que no concibo, entre mi interrogante (espiral) ante aquel caracol “desubicado” y la forma (y fondo) que me mostraba.
Si hay un motivo real únicamente lo entenderemos dirigidos desde alguna fuente de intuición.
La poesía será matemática entonces. Será física cuántica. E incluso su relevo transversal.

El arte es una manera de adivinar cosas. De dentro hacia afuera. La trayectoria es nuestra casa.
La explicación no será una simple rima, pero nos acercaremos una distancia importante para nosotros intentando entender un sentimiento. Mirándolo sin motivo exacto y sí con respetuosa curiosidad. Eso es lo que andamos haciendo siempre, en medio del estrepitoso blanco.


A Machado escribió inspirado:

Dice la razón: Busquemos
la verdad.
Y el corazón: Vanidad.
La verdad ya la tenemos.
La razón: ¡Ay, quién alcanza
la verdad!
El corazón: Vanidad.
La verdad es la esperanza.
Dice la razón: Tú mientes.
Y contesta el corazón:
Quien miente eres tú, razón.
que dices lo que no sientes.
La razón: Jamás podremos
entendernos, corazón.
El corazón: Lo veremos.

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