jueves, 13 de diciembre de 2007

Cuentos de la Caja de Galletas


Despliego el papel. Lo encabezan unos caracteres ilegibles. Comienzo.



“Le regalaron la cartera a los 16 años. Era amarilla y más cara que los muchos libros que pudiera llevar.
Esto fue el sábado.
El lunes no la encontró en ningún sitio. Y después del cursillo se encerró en la biblioteca, retardando su vuelta a casa y su explicación y los gritos que vendrían después.

En un principio pensó que era de su abuelo, o de sus padres. Pero no coincidía con ninguna de las casas o puertas. Estaba mezclada con otras cosas en la maleta que se llevó tras del incendio. Lo había comprobado cien veces e incluso preguntado a conocidos y familiares. Nadie sabía nada acerca de esa llave.
Colgaba de un llavero de oro. De oro auténtico. Y era una buena llave, seguro de una gran puerta. Quizá de alguien que conociera a mamá o papá. Quizá de un amante.
Se habían divorciado hacía poco pero aún vivían juntos. Dios sabe a causa de qué se originó el maldito incendio.

Antes de irse a dormir, cuando él no estaba, escuchaba las olas desde la terraza. Eso hacía.
Llevaba dos años casada y los mismos meses de viduedad. No estaba casada al uso, pero era su hombre. Desde siempre. Mucho más que un amante.
Unas semanas atrás había cogido el teléfono mientras pensaba en él.
Se concentró de esa manera que intenta trascender a uno mismo y llamó al número que sus dedos teclearon en una espiración.
Mantenía los ojos cerrados. Le saltaba el corazón. Tenía que creer.
La voz que respondió era la de un hombre joven, una voz que no olvidaría. Pero no aquella madura y raspada tonadilla.
Tardó un segundo en responder “disculpe” y colgar.
Se hundió en el sillón mientras buscaba el mando de la tele con los dedos.

Los solía escoger al azar.
Estaba inmerso en un libro enorme, al fin ajeno a su cartera amarilla.
El Codex Seraphinianus habría ante él algo hipnóticamente desconocido pero familiar. Una especie de particular mundo encerrado entre páginas esperando a sus ojos para ser recreado. Una posible nueva realidad que él moldearía.
Pasó un nuevo capítulo y encontró un papel plegado, como separando páginas. Lo abrió llevado por la inercia deductiva del Codex y leyó un párrafo en letra tumbada.
Esta biblioteca cuenta con 10.000 volúmenes. Utilizo éste para conocerte. No sé porqué lo has elegido, pero sí porqué has decidido fijarte en este papel. Eres curioso. Si eres lo suficientemente curioso, y tienes la suficiente fe, puedes dejar tu respuesta para conocerme tú a mí. En cualquier otro libro. Y con la esperanza de que yo lo encuentre también por mero azar.
PD: En la penúltima página del Códex está escrito mi número de teléfono. Así sabremos si tienes más fe o curiosidad.

Releyó el papel ahora más lentamente.

Para ellos era un escudo contra las olas. Sus madres no les permitían llevar esa tapa de olla oxidada a casa, así que la dejaban escondida a la salida de la playa, entre unos matorrales donde nadie buscaría su tesoro.
Cada mañana sentían un escalofrío de magia, de confidencia, de mantenerse por encima de la lógica y el destino al reencontrarla intacta en su refugio secreto.
Corrían hacia la orilla y para cuando sus madres colocaban las toallas ellos ya habían soportado el envite de varias olas asesinas.
Y así pasó él tantos veranos con ella hasta que el último se difuminó.

La llave podía abrir una salida a su dolor. Seguro.
Esta cerradura tampoco es.
En ocasiones recordaba cómo empezó todo. La respuesta que buscaba era la de la venganza. Esa llave desconocida para él y su familia bien podía llevar al hogar del amante de papá, o de mamá. Del causante verdadero de que todo se desmoronara.
Esta tampoco es.
Ahora sabe que no es así. Le dejaron tan solo, está tan perdido desde entonces. Sólo necesita que la llave abra una puerta a cualquier sitio. La búsqueda era la mejor evasión de sí mismo.
Seguía forzando la llave en cada casa, en cada edificio que encontrara. Por tiempo que hubiera pasado, por ilógico que pudiera parecer, por lejos que estuviera de su ciudad.
Alguien que conociera a sus padres, tal vez. Que le explicara.
Su padre sonriendo en el quicio de la puerta y el sonido de las zapatillas de mamá acercándose por el pasillo.

Habían pasado casi 30 años desde aquellos veranos. Recordaba la playa.
Su mujer y su hijo estaban con la multitud en la orilla. A él sus pasos le llevaron casi sin darse cuenta al cobertizo de la entrada. Estaba mucho más poblado de hierbas.
Ahora sabía porqué recordaba tan bien ese lugar concreto. Aquella era la playa donde luchaba contra las olas en compañía de ella.
Y a unos 10 metros suyos el escudo esperaba seguro, desafiando toda ley, a su valeroso portador.

Si lees esto y me reconoces sabrás que yo te he leído primero.
He elegido un libro grande que añadieron hace poco para sustituir el Códex que me quedé. Prometo que esa es la única cuerda que te tiendo.
Así que mantengo tu teléfono en la estantería del salón pero no lo miraré.
Mis padres tienen alquilado un apartamento entre el paseo marítimo y el cámping y pasamos aquí todo el verano. Podríamos vernos.
Si me encuentras por dos veces antes.
Confío en ello.
O quizá tenga curiosidad por averiguar si lo consigues.
PD: Y claro que también dejo el teléfono de mi casa en tu penúltima hoja.

Le daba vergüenza decírselo a nadie, pero después de varios meses continuaba llamando cada noche, antes de irse a dormir, a un número al azar.
No lo entenderían. No estaba loca. El destino no era en realidad un extraño para ella.
Más de 200 llamadas y continuaba conteniendo la respiración mientras elegía los números, y hasta que oía la respuesta.
Y siempre se disculpaba.

En uno de esos fines de semana en que cogía el coche sin rumbo había ido a parar a un sitio conocido para él.
Aquí robó un libro hacía más de 2 años.
Aquí participó en una búsqueda que resultó también imposible.
Después de pasear durante toda la tarde se adentró en el centro urbano para tomar algo.
Manoseaba nervioso la llave en su pantalón. Aquí pasaron un largo verano.

No se mete entre las hierbas para buscar el escudo. Así está bien.
Si continuara caminando sin pensar llegaría también a su apartamento. Ella no se alejaría nunca del mar.
La recuerda nítidamente.
Es una locura después de tanto tiempo pero sabe que estaría allí.
Ante ese pensamiento giró la cabeza hacia su mujer, y detuvo la mirada en el centelleante bañador amarillo de su hijo. El sábado era su cumpleaños.
Se dirigió hacia el centro del pueblo.
Mientras ellos mantenían su particular lucha contra la gente y las olas a él le daría tiempo de elegir un regalo.

No perderá la fe. Sabe que aún contra toda lógica él estará al otro lado del teléfono.
Lo estuvo aquella primera vez, hacía años.
Cerró los ojos y tecleó al azar una vez más. Esperando una coincidencia más que imposible. Como ya las había creído y creado en su vida.
Pero ahora su inspiración tenía que ir mucho más allá.
Antes de descolgar su interlocutor los timbres llegaban a su oído como rompiendo contra el mar. Una pausa, una ola, una pausa.
-Dígame?
Alguien forcejea en la cerradura de la entrada.
Por un momento es él, vuelve para pasar otro par de días en su mundo propio. Que el destino les quiso juntos y no había de tener fin.
De repente puede ser un ladrón o algo peor. No sería la primera vez que roban en su apartamento.
Y entonces un pensamiento atraviesa como un relámpago su cabeza. Pierde un latido y se incorpora de un salto.
Espera si es él no podrá abrir! Cambió el paño de la cerradura después del atraco.
El ruido de la llave se hace más fuerte y ella se dirige hacia la puerta.
-Sí?
Lleva el auricular aún pegado a la oreja.
-Disculpe..
La cerradura deja de sonar.
-No, espere, no cuelgue por favor.
Ella está congelada en el pasillo. Reconoce esa voz. Un hombre joven y familiar.
-Usted llamó hace unos meses no es cierto? Memoricé su número..
Unos pasos ya se pierden por el jardín.
Era la voz que contestó a su primera llamada desesperada. Hacía meses.
Cuántas posibilidades habían de que repitiera ese número al azar?
-Continúa ahí? Responda por favor. Qué quiere?
-Quería algo imposible. Otra vez.”




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