Castro. Punto y final.

Pese a que mi padre nació en Matanzas (Cuba) yo nací en Madrid. Jamás he pisado la isla y, la verdad, hasta ayer lo que más me dolía era el saber que no podría ir nunca allí. Con la muerte (política) de Fidel, se nos abre un nuevo horizonte. Aunque ya me contarán qué puede esperar ahora un maricón de izquierdas hijo de subversivo renegado de la patria. Ni siquiera tengo pasaporte cubano, pero estoy marcado.

Me explico: mi padre fue un marielito y, aunque suene a pegote, por lo me contó en una de las deliciosas tardes que pasamos juntos antes de que muriera, ayudó a Reinaldo Arenas durante su escapada.
Mi padre no era un activista ni un renegado como él (y, como añadía siempre: "ni tampoco un comepinga invertido"), huyó de Cuba buscando nuevas experiencias y tres años después acabó con mi madre en Madrid donde sus "experiencias" fuimos yo y la búsqueda de mil formas de gritarme.

Mi padre era muy macho por lo que, aunque opuesto al régimen, jamás compró un libro de Reinaldo, y hasta aquellas tardes en los jardines de Albéniz jamás lo nombró. Aquellos paseos me sirvieron para conocer esa Cuba que no se veía por la tele. A él le sirvieron para comprenderme mejor y recordar a Reinaldo a quien, decía, me parecía tanto "por lo de maricón, seguro", le decía yo.

Y nos reíamos.

A Reinaldo la muerte le llegó por el sida, a mi padre por algo menos glamuroso como el cáncer de páncreas. Los dos murieron sin ser libres en una Cuba libre de verdad.

"Los sufrimientos del exilio, las penas del destierro, la soledad y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro seguramente no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país."

Cuba será libre. Yo lo soy. Ellos lo consiguieron al aceptar su muerte.


Quizá un día les hable de mi padre.
Quizá él fue la razón por la que lloré al ver que Fidel se retiraba.